En esta exposición hago un recorrido por las edades de mi soledad EN TRES ETAPAS:
A través de estas obras aparentemente inconexas, quiero revelarte cómo transitar la soledad para que, lejos de ser una penalidad, se transforme en un espacio de crecimiento.
Este recorrido comienza con una obra nacida desde la pura intuición, que más tarde comprendí como el preludio de una soledad impuesta.
Esa imposición comenzó a delinearse en lo social y, poco a poco, se filtró en el refugio de mis propios muros domésticos. Allí, la incomprensión se volvió cada día más densa, hasta culminar en un aislamiento absoluto. Pero con el tiempo, entendí que, lejos de ser solo un vacío, era un espacio de transformación, una oportunidad para escucharme y encontrar, en medio del silencio, la manera de construir una nueva realidad.
Cada pincelada, cada palabra escrita en la intimidad de mi estudio de Florencia, fue un refugio, una manera de dar sentido a lo que parecía inabarcable. Me aferré a la creación como única certeza, como un puente entre la penumbra y la claridad. Me llamaron tantas veces loca, que decidí disfrazarme de locura y emprender un viaje.
Poco a poco, las paredes se empezaron a desdibujar y tuve el valor de salir, con mis sombras a rastras y con el resplandor del sol por bandera. Así fue cómo nacieron las ilustraciones de El Viaje de la Loca.
Ya fuera de mi encierro, en una explosión de blanco, azul y vida volví a mi ciudad natal, Málaga, donde me recibió un mar, que, en su incesante vaivén de infinitos y espuma, me enseñó a manejar mis mareas. Me vestí de rojo y decidí anclarme a la tierra desde la conexión más absoluta con los cuatro elementos.
Hoy, sé que las imágenes que alguna vez fueron testigos de tanta incertidumbre, estaban cargadas de mensajes universales ventanas abiertas hacia un horizonte nuevo. En ellos resuena la historia de un viaje en el que la soledad, paradójicamente, entre zarandeos, desvíos y empujones, me llevó al encuentro de mi propia verdad.
Aprendí que a veces, en la desolación de ver como dos almas se alejan inexorablemente, se puede esconder la oportunidad de descubrir que la mejor compañía se halla en el centro mismo de nuestra propia existencia en comunión directa con la naturaleza.